Los intereses de Dios son

Confidencias de Jesús a un Sacerdote

Mons. Ottavio Michelini

19 de febrero de 1976

NO TENDRAS OTRO DIOS

Te he hablado, hijo, de la necesidad que quien reza se ponga en mi presencia, subiendo hasta Mí con un acto de Fe, de Esperanza y de Caridad.

El hombre debe ponerse ante Mí, no para ponerme ante sí mismo y a su egoísmo, preocupado siempre en pedir cosas materiales, sino que debe recogerse ante Mí, adorando y orando por la glorificación del Nombre de mi Padre, para pedir el advenimiento de mi Reino y para la realización de mi Voluntad.

Al hombre de fe, que hará esto, le será dado todo lo demás.

El primer mandamiento «Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás otro Dios fuera de Mí» significa que el hombre, criatura libre e inteligente, debe colocarse en la tierra en el plano justo ante Mí, si quiere encontrar en su peregrinaje terreno, (porque tal es la vida humana, un camino hacia la eternidad) el equilibrio entre las exigencias materiales y las exigencias espirituales de su persona.

La necesidad de lo sobrenatural es tan fuerte en el hombre que, si le faltan estas realidades trascendentes, no tiene felicidad, no tiene paz; el tormento se hace tan grande que lo lleva no raras veces a la desesperación.

Retornar a Dios

El hombre es obra de Dios, y Dios conoce aquello de lo que tiene necesidad. Por eso le ha dado el primer mandamiento que lo pone en el camino donde colocarse a sí mismo en el puesto justo de la economía del Orden universal.

El hombre, salido de las manos de Dios, recorriendo su lógico y natural circuito, retorna a Dios.

Es ésta la lógica de la fe y de la razón que así lo quieren, que así lo exigen.

¿Tú me preguntas cómo? Es simple, hijo mío: haciendo de Dios la primera y suprema finalidad de la propia existencia.

«Conocer, amar, servir a Dios en esta Vida para luego ir a gozarlo en la otra en el Paraíso».

Esto es auténtico, genuino catecismo que la perversión de las mentes y de los corazones, fruto natural de una concepción naturalista de la vida, ha apagado en los cristianos e incluso en no pocos de mis ministros.

¿Quieres un ejemplo práctico de esto?

No muy lejos de tu ciudad, un religioso, que tú conoces, alma consagrada que debería tender hacia la perfección y conocer este catecismo sobre el origen y sobre la finalidad de la vida, sabes que en la confesión absuelve, sin exigir arrepentimiento, todas las impurezas, incluso el adulterio.

Ha borrado de su vida, y de la vida de muchos fieles que se agolpan en su confesionario, no sólo el sexto y el noveno mandamiento, sino todos los mandamientos.

¡Y no es solo aquel desventurado religioso en pensar de este modo!

Pero los obispos ¿no se dan cuenta de lo que está pasando en sus Diócesis? Y, si lo saben, ¿Por qué no tienen el valor de quitar a esos la facultad de confesar? ¿Por qué toleran centros de verdadera corrupción?

Sus intereses

¡Qué lejos están de perseguir la verdadera finalidad de la vida, hoy, cristianos y sacerdotes siempre ocupados, como si ellos fueran los regidores del mundo! Están agobiados en buscarse a sí mismos, a su propio yo.

En apariencia tú los ves llenos de celo y activos, todos atrapados en sus iniciativas. Date cuenta de que he dicho de «sus» iniciativas, no de las mías que son mucho más simples, seguras y luminosas: buscar a Dios con todos los medios disponibles, amar a Dios sobre todas las cosas, antes de vuestros intereses o de los otros.

Los intereses de Dios son:

1. La Gloria de Dios.
2. El Reino de Dios.
3. La Voluntad de Dios.

Servir a Dios excluye el servirse a sí mismo.

Hijo ¿cuántos son los sacerdotes que sirven fielmente a Dios? ¡Los podrías conocer aún tú!

Si a las plantas se les juzga por sus frutos es fácil comprender quiénes sirven a Dios, y quiénes al contrario se sirven a sí mismos esto es, al Demonio. Verás cuántas peras agusanadas caerán todavía, traicionando, apostatando y renegando. Lo veréis con vuestros propios ojos…

Hijo, debo decirte que la necedad humana es verdaderamente ilimitada. Sin embargo sabéis que nadie puede escapar de la muerte «Statutum est hominibus semel morí»(Está decretado que los hombres mueran una sola vez.) y todos sabéis que la muerte no es el fin total del hombre, sino sólo la momentánea separación del alma del cuerpo.

— Pero Jesús mío, ¿y los ateos?

“De palabra son muchos, un número ilimitado. En realidad son mucho menos; de cualquier modo no hay ninguno que frente a la muerte no tenga dudas o perplejidad. Pero Yo te estaba hablando de aquellos sacerdotes que están lejos de poseer aquella sabiduría que hasta los paganos tuvieron. Cicerón decía: «Mors, quam bonum est judicium tuum»(Muerte, ¡qué bueno es tu juicio!).

El pensamiento de la muerte, considerado sabio por los mismos paganos, está alejado del ánimo de esta generación incrédula como algo nefasto y triste. Nadie, salvo pocas excepciones, piensa en la muerte como punto de llegada y como punto de partida.

¡El número de los necios es verdaderamente grande más allá de lo que se puede decir!

Reza y repara. No te alarmes; ofrecerás tu sufrimiento: él Me es agradable. Como incienso perfumado sube hasta mi Trono para luego descender en una lluvia de gracias.

Te bendigo, hijo, y contigo bendigo a los que te son cercanos, que te aman, que colaboran contigo para que sea conocida mi palabra, que es palabra de vida.

(Confidencias de Jesús a un Sacerdote – P. Ottavio Michelini)

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